Llorad, las damas, sí Dios os vala.
Guillén Peraza quedó en La Palma
la flor marchita de la su cara.
No eres palma, eres retama,
eres ciprés de triste rama,
eres desdicha, desdicha mala.
Tus campos rompan tristes volcanes,
no vean placeres, sino pesares,
cubran tus flores los arenales.
Guillén Peraza, Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo?, ¿dó está tu lanza?
Todo lo acaba la malandanza.
Mirando al horizonte en este postrero mes de agosto no dejo de repetirme una y otra vez las palabras que resonaron en este mismo paisaje hace ya algunos siglos. En aquél entonces alguien deseo que pasáramos de ser frondosa palma a ser la áspera retama que vagara a la deriva en la inmensidad del Atlántico.
La dolorosa frustración del momento dieron como fruto las más bellas palabras que recuerdo acerca de la isla que habito. Quizás, y sólo quizás toda aquella ira viajara por el océano tornando a golpe de salitre su certero fin
Yo sigo mirando el horizonte y sólo veo melancolía
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