Los días en los que la lluvia nos visita cada vez son más escasos, pero el mero hecho de esperar su llegada hace que los valoremos, y soy consciente de que no a todo el mundo les gusta. Yo, al contrario, confieso que me resultan entrañables porque redimensionan todo alrededor.
De pronto ya no se trata de un infinito de azul que nos hace pequeños, muy pequeños, sino de un cielo que ha bajado de altura y una tierra mojada que se hace presente a través de los reflejos en los charcos, y ese olor a tierra mojada que forma parte de las sensaciones más placenteras que existen para los sentidos.
Son muchas las veces en las que salgo a pasear precisamente cuando cae la lluvia sobre el asfalto, sintiendo la humedad del ambiente y las prisas de la gente por llegar a sus casas.
Una imagen, una escena, o una conversación cruzada camino de un lugar donde refugiarse, son el detonante perfecto para sentarse a dibujar mientras suena de fondo algo de jazz (siempre he pensado que cada momento tiene su banda sonora).
El dibujo monocromático, los fríos tonos de una paleta y la sutileza de las veladuras son los acordes que parecen transmitir las palabras del maestro Manzanero cuando decía: esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú…
0 comentarios