Una vez le escuché decir a alguien que la ciudad donde vivo es una gran casa, donde las viviendas son habitaciones, las calles grandes pasillos sin techo, y las plazas pasan a ser enormes salones y salas de estar donde se convive durante el día.
A pesar de que puede parecer algo simplista, siempre me ha gustado esa comparación, porque me ayuda a sentir que todos vivimos en comunidad y pertenecemos a una gran familia.
En cualquier comunidad existen un sinfín de problemas entre unos y otros, pero también se forjan con el paso del tiempo y la vigencia de los recuerdos unos lazos que nos mantienen unidos a pesar de las diferencias.
Ese sentido identitario y la necesidad de aprender a ver las cosas buenas del otro transforman la utopía de un mundo feliz en la realidad de la convivencia familiar.
Por otro lado, llega a ser algo inevitable porque, si vives en una ciudad pequeña, lo más probable es que nos tropecemos diariamente con personas conocidas, así que nos guste o no. No todos podemos ser amigos, pero al menos si somos conocidos, al igual que ocurre con los familiares con los que tenemos más afinidad o los que no nos producen demasiada simpatía.
En esa gran mesa de Nochebuena que se convierte nuestro entorno en estas fechas hay sitio para todo y para todos/as. Disfrutemos unos de otros, atesoremos anécdotas para el futuro, soportemos de vez en cuando algún pequeño enfado que preceda a una entrañable reconciliación, pero sobre todo vivamos estos días como la gran familia que somos.
Feliz Navidad
0 comentarios