El reloj marca la media noche y el año viejo se despide con fuegos artificiales mientras el sonido de las campanadas y los abrazos de felicidad llenan el aire. Aún no somos conscientes pero, a pesar del cambio de número en el calendario, la vida continúa como siempre.
Este final de ciclo supone el comienzo de nuevas esperanzas donde el sol se alzará cada mañana iluminando ciudades y pueblos con personas que nuevamente se levantarán muy temprano para cumplir con sus responsabilidades diarias. Es la eterna rutina de una existencia que continúa inmutable.
En el corazón de cada uno existen sueños profundos y anhelos sin cumplir que permanecen relegados y olvidados en el baúl de los recuerdos porque, a veces, la vida cotidiana no deja espacio para perseguir esas pasiones que nos iluminan el camino a seguir.
Los días, los meses, las estaciones, forman un engranaje repleto de responsabilidades y compromisos que nos roban el tiempo necesario para detenerse y contemplar la belleza que los rodea.
Sin embargo, a pesar de la monotonía, en lo más profundo del corazón de cada individuo subyace una chispa de esperanza.
La poesía lleva consigo la capacidad de transformar lo ordinario en extraordinario, de encontrar belleza en los pequeños momentos.
Y así, en medio de la rutina del nuevo año, algunas almas se encontrarán como un verso buscando su rima entre la ropa tendida al sol de cada mañana.
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