Johann Strauss, compositor austriaco del siglo XIX, creó un estilo único y romántico que cautivó a audiencias de todas las edades. Su música era la representación perfecta del espíritu vienés, lleno de elegancia, alegría y melancolía.

     Johann von Herbeck, director del Wiener Männergesangverein, pidió a Strauss que le escribiera un vals para su coro, que en su opinión era mediocre y gris, por lo que deseaba un vals coral “vivo y alegre” para los carnavales de aquel año.

     Strauss se puso al trabajo, y pronto terminó el encargo, que sería el más famoso y popular de sus cuatrocientos valses.

     Sin embargo, el día 13 de febrero de 1867, el vals se estrenó, fracasando estrepitosamente, tanto que el propio Johann Strauss llegó a comentarle a su hermano:

“Que el diablo se lleve el dichoso vals. Sólo lo siento por la coda, que pensé habría de gustar más”

     Pero cuando el propio Strauss en persona dirigió el vals, aunque sin coro, en la Exposición Universal de París, en el verano del mismo año, el éxito fue enorme, y rápidamente alcanzó una tremenda popularidad.

     La melodía del Danubio Azul inundaba la sala, transportando a todos los presentes a un mundo de ensueño donde la belleza eterna de la música escribía partituras en el aire a ritmo de vals.

     Invitado por el Príncipe de Gales, Strauss lo dirigió en Inglaterra, donde fue ejecutado en seis conciertos en el Covent Garden.

     Unas semanas después salía para todos los rincones del mundo un millón de ejemplares de la partitura impresa, siendo necesario multiplicar el número de planchas habituales para la edición de El bello Danubio azul.

     Las connotaciones sentimentales vienesas lo han convertido en el segundo himno nacional austriaco y es uno de los “bises” indiscutibles del Concierto de Año Nuevo de Viena.

     Johann Strauss se convirtió en el rey del vals noble y majestuoso, y su legado perdura hasta el día de hoy.